20 de enero: CAPÍTULO II Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote
En este capítulo, don Quijote se dispone a comenzar sus andaduras. Sale de su hacienda sin que nadie le vea, en la madrugada de un día caluroso de julio. Deja que sea Rocinante quien guíe el viaje, porque piensa que la verdadera aventura es la de no saber hacia dónde se dirige su destino. Pero tiene un momento de debilidad en el que casi se da la vuelta, ya que se da cuenta de que no ha sido armado caballero, y por esta razón no puede hacer ningún acto caballeresco. En vez de regresar a su hacienda decide continuar adelante, teniendo en mente pedirle al primer caballero que vea que lo arme a él.
Don Quijote nos deleita con un discurso (hablando solo, claro está) en el que se va inventando su propia historia. Después, pasa a un monólogo dirigido a Dulcinea. En su desvarío, don Quijote está hablando en la fabla arcaizante, el lenguaje cortesano medieval (“habedes hecho”, “fermosura”, hace hipérbatons: “de este vuestro sujeto corazón, que tantas cuitas por vuestro amor padece”), pues así era como hablaban en sus libros los caballeros al dirigirse a sus damas.
Cansado del viaje de todo el día, decide parar en una venta a pasar la noche. A partir de este momento, todo lo que se puede ver es, para don Quijote, una ilusión. La venta se le antoja un castillo, dos prostitutas que hay a la entrada son para él doncellas, la comida es espectacular cuando hasta el mismo ventero reconoce que no es para tirar cohetes…, incluso un porquero que toca un cuerno a él le parece el enano que avisaba en los castillos de la llegada de un caballero.
En este capítulo me ha llamado la atención que apareciera el narrador en primera persona haciendo ahínco intentar demostrar que el personaje de don Quijote existió de verdad (“[…]lo que he hallado escrito en los anales de la Mancha […]).
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